viernes, 3 de octubre de 2008

2a. Sección - Tú y yo

2a. Sección

Tú y yo, a propósito del matrimonio como voca­ción y signo del amor por exce­lencia.

El encuentro con la esposa le llega como una ben­di­ción que consolida sus sueños.

Desde el alma, el amor conyugal promueve una pleni­tud de recipro­cidad y de alegría, en una comunión donde brillan los atributos del amor verda­dero: gene­roso, per­­pe­tuo, fe­cundo.



2.1. PERDONEN LA TRISTEZA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Perdonen la tristeza.
Perdonen este llanto.
Pero ha sufrido tanto, tanto, mi corazón,
que ya no tengo lágrimas, de tanto que he llorado;
me siento muy cansado, se me duerme el corazón.

Estoy sentado en el rincón más triste de mis días;
me estoy mirando con mis años malgastados,
y pareciera que hoy se vino a posar en mí
toda la amargura del mundo.

Tengo un dolor tan grande
en esta madrugada muerta,
y no sé hasta cuándo voy a seguir así,
a la espera de nadie.
Si por amor he cantado,
por amor he llorado mucho más.

Una lluvia cae lentamente sobre la ciudad.
Se está robando el color de todas las cosas,
y ya me estoy durmiendo sobre mi tristeza.

Por un camino solitario va mi corazón,
descalzo de amor.

Perdonen la tristeza,
perdonen este llanto,
pero ha sufrido tanto, tanto, mi corazón.

Perdón. Perdón por estas lágrimas.
Hoy no puedo evitarlo,
Me siento tan cansado…
Se me duerme el corazón.


Desilusionado y afligido, lo invade una desa­zón que pare­ce ser su única, inexo­rable­ rea­li­dad.
Sin embargo —contra toda apariencia—, la luz no se ha apa­gado: espe­ra encon­trar un amor pro­por­cionado a sus aspira­ciones, que llegue a colmar­las.
Hay una tensión sobrehumana en las para­dójicas imá­genes: la sensibilidad que se rebela no hiere a la vo­lun­tad, que resiste fir­memente. Su espera de na­die es una espe­ra en la que per­severa, a pesar del dolor saturado que le oculta la esperan­za.
El amor —inagotable— inculca la pers­pectiva del ama­­­necer en la noche cerrada: el dolor lo tensa hasta la exas­peración, pero man­tiene su buena fe y gene­­ro­si­dad hasta el fin.




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Nada me hacía feliz; nada me daba alegría.
Yo simple­mente viví mirando pasar la vida.
Pero la luz renació cuando aquel día,
posaste —como un gorrión— tu mano sobre la mía.

Cuando te vi se llenó mi corazón de alegría,
¡porque contigo aprendí mil cosas que no sabía!
Yo que pensaba que nunca llegarías,
de pronto todo cambió como la noche y el día.

Ahora sé que el amor es la razón de la vida.
Hasta que no te encontré, te juro que no sabía
que hasta en las cosas pequeñas hay poesía:
porque se empieza a mirar de otra manera la vida.

Ahora empiezo a sentir que
nuestro amor es el sol res­plandeciendo en primavera;
es el aroma perfumado del cerezo;
es la noche que se adorna con estrellas.
Es el aire. Es el vino.
Nuestro amor es la quietud,
la dulce quietud de un niño dormido.

Ahora empiezo a sentir que todo se justifica;
¡para llegar a tu amor sangré por tantas heridas!
Pero valía la pena, porque el día que te encontré
mi dolor se transformó en alegría.

Los aplausos y el bienestar material que había logrado no lo hacían feliz. La vida le parecía monó­­­tona y vacía.
El sueño central de su alma, que demoraba en rea­li­zarse, opacaba todo como una ilusión contra espe­ranza.
Cuando ella aparece, tan dulce y tan cierta, en ese pa­no­rama de expecta­tivas firmes y difusas, las revela y las colma: como si tuviera nuevos ojos para mirar la vida, se le aclara su sentido y el valor de los detalles.
Porque rebasa lo sensible, el amor genera la con­­fianza sin som­bras del niño que duerme.
Su determinación para no desistir nunca de su ideal ni deva­luarlo transforma lo nega­tivo en posi­tivo: es su mismo dolor que cambia de signo y se con­vierte en alegría.




2.3. TÚ Y YO


(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).


Tú y yo,
nadie más que tú y yo,
con la fuerza de este amor,
vamos por el mundo.

Tú y yo
descubrimos que los dos
muchas veces sin hablar
lo entendemos todo.

Tú y yo,
la alegría de los dos,
no hace falta de explicar;
se nota al mirar.

Yo seré siempre tu alegría,
tú serás la mía;
todo de los dos.

Sólo tú y yo, amor, amor,
iremos por el mundo;
reiremos juntos,
lloraremos juntos,
solos tú y yo.

Ahora son dos para andar juntos por el mundo, para apoyarse mutuamente y compartirlo todo en la unidad creada por la fuerza de su amor.
Nadie puede destruir la alegría de los dos, porque ha ocurrido una au­tén­­­­tica trans­for­ma­ción: su ir solos es un ir siem­­pre el uno en el otro.
Esta comunión total, por el don recíproco, hace diáfana la comunicación, e inefable la alegría que sienten: que es para siempre.




2.4. VEO A DIOS

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

En cada hombre que sufre,
en las madres que amamantan,
en la tierra que florece,
en los pájaros que cantan,
veo a Dios.

Veo a Dios
en el beso de una madre,
en el viento, en el agua,
en la sonrisa de un niño,
en la gente enamorada.

Veo a Dios en las cosas
más pequeñas de la vida;
veo a Dios en lo dulce
de tus ojos cuando miras.

Veo a Dios porque vivo
simplemente enamorado;
porque estás siempre a mi lado,
yo veo a Dios.

Veo a Dios
en los montes, en los ríos,
en la calle de nuestra casa;
en la lluvia, en las estrellas,
por los lugares que pasas,
veo a Dios.

Por el influjo de su esposa su percepción se afina y se extiende.
Pero es por la voluntad decidida de su amor, irrevocable, que tiene acceso a ese mundo transfi­gu­rado, donde la evi­den­cia de Dios es cons­tante, aun en el dolor, que —por con­traste— lo revela plena­mente.
Una aspiración tan natural como el amor conyugal alcanza lo sobrenatural a través del yugo —suave— que lo define, que supera lo sensible, y lo convierte en imagen del amor de Dios: que no disminuye nuestra libertad cuando se la ofrendamos, sino que la configura y la impulsa.




2.5. TODAS LAS MAÑANAS LE AGRADEZCO A DIOS

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Todas las mañanas
le agradezco a Dios
porque me acompaña
siempre donde voy,
por donde yo voy.

Porque tengo un beso
en cada despertar;
porque tengo amigos,
porque puedo andar.

Porque tuve fuerzas
para levantarme
cuando me caía.

Porque fuiste guía en
mi oscuridad.

Todas las mañanas
le agradezco a Dios
porque en mi camino
siempre tuve amor.

Sabe que es Dios quien le despeja los caminos y lo ayuda a recorrerlos, haciéndole sentir su inspiración y brin­dán­dole su auxilio hasta el fin, en cada ins­tante de su vida.
Lo reconoce como único sostén de todo: den­tro y fuera de él.
El matrimonio, los amigos, su capacidad de mo­verse y de hacer, el amor que ha disfru­tado siem­pre, sus propias dis­­po­­siciones interiores: todo lo siente como recibido de Dios; no se apropia nada.
Sabe que lo tiene siempre cerca. Y le da gracias cada día, sin demora.




2.6. CONOZCO UNA CASA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Conozco una casa, muy lejos de aquí.
Cuando estoy en ella me siento feliz.
Dentro de esa casa yo encuentro de todo,
cuando yo sonrío y hasta cuando lloro.

Conozco una casa muy lejos de aquí.
Todo en esa casa parece reír.
No es grande. No hay lujos.
No es una fortuna;
pero no la cambio jamás por ninguna.

Cuando estoy en ella, distinta es mi vida.
Tengo en esa casa mis cosas queridas.
Tengo las mañanas tan llenas de sol,
porque en ella vive mi vida, mi amor.

La paz de su hogar, tan suyo y radiante, surge potente y acaricia­dora en su pensamiento, en cualquier momento y lugar: porque está en el centro de su alma.
En esta casa donde el dolor se alivia y se enjuga el llanto, donde no falta nada y todo adquiere la límpida alegría del amor, hay resonan­cias del cie­lo.
La plenitud que describe, de la intimi­dad colmada, no se compara con nada. No hay lujo ni riqueza que puedan dispu­tarla.


2.7. CANCION DE ENTRE CASA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Son tres alegrías que andan por la casa.
Son tres inocencias, son tres esperanzas.
Tres gritos me nombran cada vez que llego.
Tres besos que vienen corriendo a mi encuentro.

Son tres que me abrazan. Tirado en el suelo
yo vuelvo a ser niño, inventando juegos.
Cuando yo me muera, me iré murmurando
que gracias a ellos no he vivido en vano.

¡Ay de esa mujer,
madre de los tres
y de mi alegría!

Ella enciende el sol
que nos da el calor
de todos los días.

Ella es como el agua
clara de los ríos.
Es como la tierra
que fecunda el trigo.

Son tres que mañana se irán por el mundo,
cada cual buscando su propio futuro,
y llevarán con ellos por cualquier camino
el amor que siempre ella y yo les dimos.

Los hijos que llegan participan de la dulzura de su casa y la transforman, renovando las prioridades: que se inclinan hacia ellos.
La plasticidad y la firmeza del amor de su esposa iluminan y alegran el ambiente familiar. Cálida y re­fres­­cante, sólida y trans­pa­­rente a la vez, ella es luz y sus­tan­cia del hogar, crea­dora de vida y de unidad.
Cuando sus hijos crezcan serán hombres libres que llevarán grabada en el corazón la huella del amor de sus padres, que será su fortuna.
Por encima de cualquier otra, esta misión com­­partida que es el sueño de su vida, la llena de sen­tido.

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