viernes, 3 de octubre de 2008

7a. Sección - Que Dios te bendiga

7a. Sección

Nos ayuda a recapacitar sobre la sen­cillez y la rectitud como la clave de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás.

Saltan chispas en el corazón, al des­cubrir que es de ese modo que nos abrimos a Dios y Él se nos entrega, y que podemos darlo a los demás, con aleg­ría, haciendo trascenden­te el simple cumpli­miento de nuestras labores diarias.




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Por favor no pisen las flores.
Por favor, no las pisen más.

Tengo ganas de llorar.

Todos pasan apurados.
No se miran al pasar.
Todos van muy preocupados.
Todo es frío en la ciudad.

Por favor no pisen las flores.
Por favor, no las pisen más.

Tengo ganas de llorar.

Unos pasan y se ríen.
Otros pasan sin hablar.
Los que ríen son los menos.
Los que lloran son los más.

Tengo ganas de llorar.

Una niña va llorando.
No la miran al pasar.
Pobre niña enamorada.
Todo es frío en la ciudad.

Por favor no pisen las flores.
Por favor, no las pisen más.

La flor representa la dignidad humana, siempre fecun­da, y sin embargo expuesta a la indiferencia y a la incon­ciencia que prevalecen en el mundo.
La gente vive ensimismada, preocupada, distraída en un trajín autómata que no nos sirve para ser más huma­nos, ni más feli­ces, ni ayuda a los demás a serlo.
Tenemos el deber urgente de encontrarle salida a esta situación.


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Vive tu vida.
Así es mucho mejor.
No dejes que nadie
te robe el amor.

Que no haya nubes bajo tu cielo.
Busca siempre el sol.
Sigue adelante por tu camino.
Lo que importa es el amor.

Deja la sombra.
Lucha con fe
para ver tu felicidad.
Sigue el camino
que te marcaste,
que no importa lo demás.

No hagas caso a la gente.
Porque vas a sufrir.
Lo que importa es el mundo
donde vas a vivir.

Tú vive tu vida.
Así es mucho mejor.
No dejes que nadie
te robe el amor.

Como Dios nos hizo a su imagen, el eco que su Palabra encuentra en nuestra conciencia es la clave para encon­trarnos a nosotros mismos, y así alcanzar la unidad entre todos los hombres.
En el encuentro con nosotros mismos nos encon­tramos con los demás. Pero hay que empezar por salvar nuestra vida para salvar la de los otros.
El único bien que tenemos que defender es nuestra sintonía con el amor de Dios, que resuena como un himno en nuestro corazón si se lo abrimos, siendo sinceros. Nadie nos debe robar ese teso­ro inagotable.
Tenemos que ahuyentar las tinieblas y buscar siempre el sol, seguros de que nunca deja de brillar, porque la noche ya pasó: las nubes son sólo nubes.
Todos saldremos beneficiados si ponemos nuestra confianza únicamente en el amor de Dios, fuente de todos los amores, sustento y guía insus­ti­tuible del mundo mejor que buscamos.



                           No hay que aflojarle a la vida
cuando te trate mal.
Nunca te des por vencido.
Jamás. Jamás.

No hay que aflojarle a la vida
aunque te cueste llorar.
No te des por derrotado,
Jamás. Jamás.

Uno tiene que pelear
por todo lo que quiere,
y hasta el día en que uno muere
tiene que luchar.

No hay que aflojarle a la vida.
Todo es cuestión de luchar.
Y no dejar que te pisen.
Jamás. Jamás.

Uno tiene que pelear
por todo lo que quiere,
y hasta el día que uno muere
tiene que luchar.

No hay que aflojarle a la vida.
Y cuando te trate mal,
nunca te des por vencido.
Jamás. Jamás.

A veces la realidad parece confabularse contra nues­tras aspi­raciones más personales, que hemos visto a la luz de la fe. La realidad nos oprime y tenemos la sensa­ción de estar estancados sin reme­dio desde siempre y para siempre.
En esos momentos no tenemos que ceder a la tentación de perder la esperanza, olvidando nuestro fin. Nuestros sufrimientos se agravan por la rebelión, por nuestra falta de silencio y de disponibilidad en los momentos de dolor.
En definitiva los desengaños y dificultades serán los que les darán valor a nuestros ideales, y nos permitirán reca­pitular y capitali­zar todos los esfuerzos previos.
Nos costará quizás muchas lágrimas, pero debemos per­severar hasta el fin, sin aflojar nunca, como un elás­tico nuevo, porque esa “resiliencia”, que es sencillez, indefectiblemente nos convertirá en los autores de nuestra alegría.


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Pensá si no tenés la culpa
de lo que te está pasando.
Si no fuiste tú quién lo fue provocando.
Pensá. Pensá.

Pensá que siempre se cosecha
lo que uno va sembrando.
Por algo debe ser que
te dejan llorando.
Pensá. Pensá.

Pensá, pensá, que uno recibe
de la vida lo que da.
Se paga caro todo
lo que se hace mal.
Pensá. Pensá.

Tarde o temprano
tu momento llegará.
Si das amor,
también amor recibirás.
Muchas veces no nos damos cuenta de nuestras faltas y, por lo tanto, no nos hacemos responsables de sus con­secuencias.
Si meditamos en silencio, con sinceridad, cara a Dios, pode­mos estar seguros del triunfo: si damos amor recibi­remos amor.
Sin olvidar que el respeto y la paciencia que debemos a todos los hombres las necesitamos también para con nosotros mismos, el amor nos enseña su misterio: detrás de la aparente muerte está la vida.
Tenemos que relegar la comodidad y el egoísmo para alcanzar nuestros anhelos profundos, y lograr una buena comunicación con todos. No hay cosecha sin siembra: si el grano de trigo no muere al caer en la tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto.



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Una palabra dicha con tono de amistad
sirve más que un insulto que se dice sin pensar.

Un gesto de ternura, y algo de comprensión,
sirven más que un reproche
que se dice con rencor.

Si, de veras, no cuesta nada
Dar un poco más de amor.

Un gesto de cariño siempre podrá lograr
más que las cosas dichas muchas veces con maldad.

Una palabra dulce con tono de amistad
sirve más que un insulto que se dice sin pensar.

Si, de veras, no cuesta nada
Dar un poco más de amor.

El amor está al alcance de todos. Es gratis. No cuesta nada porque nos es dado: lo recibimos como un don que acogemos.
Nace por el silencio, que es humildad, en el fondo del corazón. Luego crece y se manifiesta en gestos y palabras de com­prensión y de amis­tad.
Nos hace ser pacientes y nos ayuda a encontrar el tono justo, a evitar insultos y reproches. Y por encima de todo a erradi­car la inconciencia, el rencor y la maldad.
Tenemos muchas veces que ceder a un derecho, sufrir cada día con el ánimo levantado, reconociendo los derechos de cada uno y también perdonando agresiones, para poder comunicarnos, recordando la regla de oro: “Todas las cosas que quisiérais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mt. 7,12a).


7.6. MIRÁ PARA ARRIBA, MIRÁ PARA ABAJO

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Mirá para arriba,
mirá para abajo:
Verás el camino que
Dios te ha marcado
de amor y trabajo.
Nunca pierdas la esperanza,
ni las ganas de luchar.
Uno cae muchas veces,
y se vuelve a levantar.

Como dijo aquel poeta;
te lo vuelvo a recordar:
“Caminante, no hay camino.
Se hace camino al andar.”

Mirá para arriba,
mirá para abajo:
Verás el camino que
Dios te ha marcado
de amor y trabajo.

Inspirate con la vida.
Si haces una buena acción,
no dejes para mañana
lo que puedas hacer hoy.

Por ejemplo, hay mucha
gente que está sola en su dolor.
No les niegues una mano
ni una palabra de amor.

Mirá para arriba,
mirá para abajo:
Verás el camino que
Dios te ha marcado
de amor y trabajo.

Si elevamos el corazón, en silencio, recono­cemos nuestro propio camino, el que Dios nos marca. Descubrimos la actitud que debe guiarnos, y lo que debemos hacer, y decir.
Este cara a cara con Dios nos permite cumplir nuestra responsabilidad personal ante el compromiso de cada momento, a trabajar acá abajo, man­teniendo siempre la ilusión, abriendo nuestra senda, reaccionando ágilmente ante los tropiezos y dificultades.
En la amistad más o menos consciente de Dios, crece nuestra dignidad lejos de toda fan­tasía, con un dinamismo propio que le devuelve el sentido a todo: que hace amable lo difícil y posible lo imposible.


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Cada mañana al salir de tu casa
dispuesto a empezar una nueva jornada,
pedile a Dios que ilumine
el camino por donde tú vayas.

Y en el trabajo, al volverte a encontrar con amigos,
que sea un encuentro feliz, con la alegría
por el nuevo día que van a vivir.

Cuando al final de esa nueva jornada,
empieces a andar el camino a tu casa,
con el deseo de ir al encuentro
de quienes te aguardan,
y con tu gente, rodeado de amor,
no te olvides de darle las gracias a Dios
por esas cosas que hacen
que la vida sea mucho mejor.

Que Dios te bendiga,
hermano del alma,
que seas feliz.

Que en cada cosa que vas a emprender
lleves en tu corazón la esperanza y la fe.
Que en tu camino no falte el amor;
que haya siempre un amigo.

Y por las noches, en una oración,
no te olvides de darle las gracias a Dios
por estas cosas que hacen
que la vida sea mucho mejor.

Que Dios nos bendiga: que esté en el origen y en el fin de nuestras decisiones, que las oriente y las haga fecundas.
Esta aspiración, que bulle en el corazón natural­mente, nos trae siempre la paz, cuando la dejamos reinar.
Vivir la fe, la esperanza y el amor, a lo largo del día, en contacto per­manente con la gente, y en una relación personal con Dios, es el secreto de nuestra efectividad y de nuestra felicidad.
Y no olvidemos que todo lo grande que podamos llegar a alcanzar comenzará siempre pequeño, dentro de lo cotidiano, que es nuestra vida.




FINAL: CON UNA CANCIÓN A FLOR DE LABIOS
Yo quiero encontrarte hermano
en un eterno amanecer,
y juntos despertar al mundo
con una canción de amor y fe.
Hoy quiero caminar contigo,
hermano, quiero que vayamos
con una canción a flor de labios.
Quiero que seamos como un desagravio
a tanto amor herido.
Y en esta hora, en que hay tanta gente
sumida en el dolor y el desaliento,
debemos caminar en dirección de Dios,
para que Él con su bondad y su
sabiduría nos conduzca hacia un camino mejor.
Yo quiero encontrarte hermano
en un eterno amanecer,
y juntos despertar al mundo
con una canción de amor y fe.
Sé que vendrán muchos con nosotros.
Seremos miles, yendo por las calles
derramando la alegría de nuestro canto.
Y con tu visión y la mía
encenderemos una visión milagrosa
de un anhelo de paz.
Iremos con nuestros sueños
en el alma y la fe puesta en el destino
porque iremos todos por el mismo camino,
y con un solo fin: encontrar a Dios.

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