viernes, 3 de octubre de 2008

INTRODUCCIÓN

La profunda sencillez de las canciones de Palito Ortega nos trae ante el filo de luces y sombras que sostiene nuestra libertad personal: donde se decantan y acrisolan nuestros sueños e ideales, y se forja nuestra realidad.
El cielo y la tierra se juntan de veras en este horizonte íntimo: donde Dios nos mira al corazón, y enciende nuestro amor. En el recogimiento de la vida interior -que nace- las emociones se suavizan, los sentimientos se depuran y se afina el pensamiento: atento a la verdad de Dios, que alimenta nuestras almas y guía nuestra inbteligencia como segura verdad: que nos trasciende y nos transforma. Lo propio del ser humano es esta naturalidad para lo sobrenatural: nuestra capacidad de Dios, que nos hace sus amigos en distinto grado -a menudo sin saberlo- en tanto y cuanto su voz nos habla al corazón, y nos ilumina el alma. Todo el bien y la verdad que en efecto alegran y alumbran a nuestro mundo proceden de esta amorosa escucha: que nos humaniza: asegurando la esperanza, y la alegría en el esfuerzo: que nos guían por buen camino. En su paso por la Tierra, Jesús explica lo que implica esta comunicación invisible y esencial, que vino a restaurar. Y cuando nos enseña a orar, en el Padre Nuestro, revela su alcance y su sentido. Declarándose nuestro padre, Dios nos llama hijos: porque así es como Él nos ve y nos quiere desde siempre. Nos creó a su imagen para que, al abrirle las puertas de nuestro corazón, descansemos en el suyo. Y conversemos con Él tan natural y familiarmente como Jesús lo hacía. Desea que, unidos a Él -fortalecido nuestro amor con su amor infinito-, le confiemos simplemente nuestros afanes, haciendo nuestros los suyos: dispuestos a reconocer a cada hombre como hermano; a esforzarnos para superar flaquezas, siempre perdonando y pidiendo perdón; contando con Él para distinguir y amar el bien. Porque el amor divino lo enciende, este vivo diálogo con Dios limpia y profundiza nuestra mirada, y acalla las otras voces que disputan nuestro corazón. Al dejarnos colmar por su amor, recuperamos su semejanza: hasta el punto que –identificados con su Palabra- llegamos a mirar con sus ojos, y nos convertimos realmente en sus hijos. Ésta es la gran buena nueva del Evangelio: donde radica su esplendor y la sagrada misión de la Iglesia. En nuestro mundo, la Eucaristía instala el ámbito del Reino de los Cielos: que es el lugar donde Jesús nos espera, y donde permanece al venir a nuestros altares en cada Misa. Asociando a su Iglesia –cuyas fronteras pasan por nuestros corazones- al sacrificio único del Calvario, a todos nos abre las puertas de su corazón y las del Cielo. En la Cruz, Jesús –como nuevo Adán- asume la vida y el destino de cada hombre, y nos libera para siempre de la muerte, y de la estrechez y dispersión de nuestras miras. La imagen divina de nuestras almas -desactivada por el pecado original- se reactiva, y nos devuelve el horizonte de paz y justicia, pureza y misericordia: que es el lugar de nuestro encuentro personal con Dios y con los hombres: que a cada uno de nosotros nos llama, para que lo recibamos. De la mano del Espíritu Santo, con la mediación de la Santísima Virgen, se completa este prodigio del amor y del poder infinitos de Dios: que suscita nuestra vida interior, nos lleva a la contemplación y nos reconcilia con Él, con nosotros mismos, y entre todos: en tanto su Palabra nos interpela y moldea nuestras vidas. La luz de su Reino -que brilla en nuestras almas- se transfiere al mundo: como levadura en la masa, o semilla pronta a germinar. Para captar –a través de los enfoques de Palito- esta claridad y las notables perspectivas que libera, hemos dispuesto cincuenta canciones en siete secciones con comentarios, y una canción final sin comentarios: que expresa el alma de la obra. Cada parte toma el título de una de las canciones que la forman, que indica su sentido: 1. Yo soy un caminante, sobre las disposiciones interiores del autor, que desde joven lo afianzan en su senda, y determinan su suerte y su canto. 2. Tú y yo, a propósito del matrimonio como vocación, y signo del amor por excelencia. 3. El amor es una canción que no deja de sonar. Como un canto eterno, que sin cesar evoca la armonía original de todas las cosas, el amor de Dios -que todo lo sustenta- enciende nuestro amor, aviva nuestro silencio y nos lleva a la contemplación: desalojando las sombras de nuestros corazones. 4. El camino de la libertad. Al reconocerla con amor y acogerla como propia –pues está grabada como un sello en nuestro corazón-, la Palabra de Dios nos libera del yo cegatón que nos abruma con sus sombras. Por la luz que la verdad divina enciende, la razón entra en razón, y recupera su foco y su rango. 5. Le llaman Jesús. Jesús es la Palabra de Dios, origen y fin de nuestro ser, que se hace hombre y da su vida para entrar en la nuestra: para vivificar nuestras almas con su amoroso sacrificio: que nos hace libres: capaces de amar el bien, y alcanzar la verdad: dándole unidad y plenitud a nuestras vidas. 6. Elevemos un canto hacia el viento nos invita a vivir y a dar a conocer las maravillas de Dios: la fe, el amor y la alegría a las que estamos llamados como hijos de este Padre: que nos abre a cada uno -con toda naturalidad- las más altas perspectivas: que se hacen claras e inagotables. 7. Que Dios te bendiga nos orienta en la búsqueda y el encuentro cotidiano con Dios, personal y concreto. Final - Con una canción a flor de labios - El amanecer de un nuevo día - Convocatoria para buscar a Dios, recono
Cada sección toma su título de una de las canciones que la forman, que indica su sentido:
1. Yo soy un caminante, sobre las disposiciones interiores del autor, que desde joven lo afianzan en su senda, y deter­minan su suerte y su canto.
2. Tú y yo, a propósito del matrimonio como vocación y signo del amor por excelencia.
3. El amor es una canción que no deja de sonar. El amor nos conmueve, nos mueve y nos remueve: como un canto eterno que en nuestro corazón evoca la majestad del bien y de la belleza, y nos lleva al silencio.
4. El camino de la libertad. La Palabra de Dios, que es amor, nos salva de la dispersión por el recogimiento, y libera a nuestra razón de la oscuridad del mundo, que le es refractario.
5. Le llaman Jesús. Jesús es la Palabra de Dios que se hace hombre y da su vida para entrar en la nuestra: para hacernos libres, y efectivamente hermanos a todos los hombres.
6. Elevemos un canto hacia el viento nos invita a vivir y a dar a conocer las maravillas de Dios: la fe, el amor y la alegría a las que estamos llamados como hijos de este Padre.
Final Con una canción a flor de labios: El amanecer de un nuevo día.

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